Desde la Asociación Juvenil «Jóvenes Inconformistas» hemos comenzado una campaña contra el independentismo catalán, y por lo tanto en pro de la unidad de España.
En los últimos tiempos, y con más fuerza durante los dos últimos años, los separatistas intentan desmembrar nuestra nación, vertiendo falacias como que Cataluña ha sido una nación, que España roba a los catalanes, etc.
En este blog iremos colgando artículos y textos para ir desmontando y demostrando que los argumentos que utilizan son totalmente falsos y solo pretenden manipular a la sociedad.
Es curioso que Artur Mas haya comenzado a insistir a «cargar» con su discurso separatista cuando ha arruinado Cataluña. ¿Quizá pretendía desviar la atención utilizando el independentismo como cortina de humo?
En esta primera parte pondremos un texto de Jose Javier Esparza que trata sobre la Guerra de Secesión en España en el Siglo XVIII. Pulsa sobre leer más para acceder al texto.Actualmente toda la piara separatista catalana nombra a Rafael Casanova como el padre de la nación catalana, ahí es nada, y cada 11 de septiembre en la llamada Diada, le realizan una ofrenda floral, por ser padre de la nación catalana, algo que es falso.
Esta es la manipulación de la historia que el saparatismo nos tiene acostumbrado y que tanto izquierdas como derechas han permitido que suceda tanto en las escuelas, libros de texto y donde se les ha entojado a los memos separatistas.
Primero vamos a contar los hechos.
Estamos en 1714. En España arrastramos una guerra desde 1700: la Guerra de Sucesión. Carlos II, el último Austria, ha muerto sin descendencia y dos pretendientes extranjeros se enfrentan por el trono español: Felipe de Anjou, francés de la Casa de Borbón, y el archiduque Carlos de Habsburgo, de la Casa de Austria.
Los territorios españoles toman partido por uno u otro. Para simplificar, digamos que los del mediterráneo -catalanes, valencianos y baleares-, junto a Aragón, han ido tomado partido por el Archiduque, que promete no sólo respetar sus fueros, sino ampliarlos; por el contrario, la Corona de Castilla y especialmente la Corte de Madrid han tomado partido por el Borbón, pero también lo han hecho navarros y vizcaínos.
Por toda la nación española
Felipe V lleva la iniciativa política y militar. El último acto de la guerra es el asedio de Barcelona, ciudad que se ha convertido en único baluarte de los partidarios del Archiduque Carlos. Es un asedio terrible, feroz. Los sitiados no tienen ni una sola oportunidad de vencer, pero, pese a todo, insisten en no rendirse. El general que manda las tropas barcelonesas, Antonio de Villarroel, es partidario de capitular, pero los comunes –los representantes de la burguesía barcelonesa- quieren dar la batalla. Cuando la situación es desesperada, aparece un hombre: Rafael Casanova, un abogado que poco antes había sido nombrado conseller en cap de la ciudad. Casanova también propone rendirse, pero, ante la oposición de la mayoría, decide prolongar la resistencia. Es entonces cuando hace publicar un bando de gran importancia histórica: «Se confía en que todos, como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados con el fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por el rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España».
En términos muy parecidos se había expresado el jefe de la defensa, el general Villarroel: «Por nosotros y toda la nación española combatimos».
El día del ataque final, Casanova aparece en las barricadas llevando no la senyera, sino la bandera de Santa Eulalia, la enseña de la ciudad, que sólo se sacaba en momentos de gran peligro. Allí Casanova es herido y retirado del combate. Barcelona caerá, pero queda el gesto de Casanova y su llamamiento a la resistencia “por la libertad de toda España”.
Para entender bien este episodio hay que aclarar qué significó la Guerra de Sucesión. Fue una guerra entre potencias europeas que querían quedarse con el pastel español, que era un gran pastel –en las tierras del imperio todavía no se ponía en sol. Fue una guerra tremenda que afectó a toda Europa; de hecho, los episodios más duros se libraron en Flandes e Italia. En España terminaría manifestándose como guerra civil.
Otro dato importante: en la España de aquel momento, inmersa en un gran cambio socioeconómico, habían aparecido numerosos conflictos de intereses entre distintas capas sociales. Son conflictos muy serios que no pueden entenderse como lucha de clases, sino que en cada sitio obedecen a causas diferentes. Y estos conflictos determinan la toma de posición de los españoles ante la Guerra de Sucesión. En Castilla, por ejemplo, la nobleza tradicional, la más poderosa, apuesta por Felipe de Anjou, mientras que los descontentos están con Carlos. En Cataluña, por su parte, veremos que hay una enorme agitación en el campo, con auténticas guerras entre familias enfrentadas a muerte por un molino o por unas tierras. A esas guerras se añade la oposición entre tales y cuales sectores de la nobleza, tales y cuales sectores de la burguesía. De hecho, Barcelona será primero partidaria de Felipe de Borbón; los ingleses la asediarán y conquistarán para el archiduque Carlos, que la convierte en su capital y por eso sufrirá un nuevo asedio.
No fue una guerra entre modelos de Estado.
Felipe era Borbón y se le presume afán centralizador. Carlos era Austria y se le presume talante imperial, descentralizador. Por eso esta guerra nuestra es muchas veces interpretada como una guerra entre dos modelos de Estado: el centralismo borbónico contra el foralismo de los Austrias. Así, suele explicarse la resistencia catalana como una defensa de las libertades propias frente al centralismo castellano. Pero esto no es verdad. Una de las primeras cosas que hizo Felipe V cuando llegó a España fue reunir a las cortes de Cataluña y jurar sus fueros, concediéndoles incluso más de lo que tenían. Y en Navarra y en los territorios vascos hizo lo mismo. O sea que esta guerra tampoco fue una guerra entre dos modelos de Estado. La España borbónica se haría centralista, pero sólo mucho después de acabada la guerra, y no por voluntad de Felipe, sino por empeño de su abuelo Luis XIV, el rey de Francia, que así quiso poner orden en la administración española.
¿Por qué, entonces, los catalanes en general y Barcelona en particular defendieron tanto al archiduque Carlos? Por muchas razones. Además de los mencionados conflictos sociales, en Cataluña se guardaba un pésimo recuerdo de las recientes guerras contra Francia, que se habían desarrollado sobre todo en Cataluña y que habían supuesto que España perdiera el Rosellón y la Cerdaña. Por eso a mucha gente le resultó intolerable que ahora reinara un francés. Varios agentes de la ciudad de Barcelona llegaron a un pacto secreto con Carlos. Y la ciudad, tras el correspondiente asedio, aceptó al archiduque Carlos como rey. Porque, para los barceloneses, el Austria representaba la verdadera tradición nacional española. Y lo defendieron incluso cuando ya este Carlos, proclamado emperador de Austria –Carlos VI-, se había desinteresado por completo de la corona de España. Un paisaje, en fin, muy diferente al que hoy nos venden los nacionalistas catalanes.
Después de este dibujo se entenderá mejor la peripecia de Casanova. Volvemos a las barricadas de la ciudad, de nuevo a septiembre de 1714. Todo está perdido y sólo los patricios de Barcelona siguen ciegos, esperando un último respaldo de Carlos que ya nunca vendrá, porque a éste le basta con la corona imperial austriaca. Harto del problema, el rey de Francia manda en socorro de su nieto, Felipe, al duque de Berwick, el gran general, para que aplaste la resistencia. Los más sensatos –Casanova, Villarroel- saben que no hay nada que hacer y piden capitular. Los patricios catalanes se oponen. El día del último asalto, Casanova está en la cama y Villarroel ha sido cesado como jefe militar de la defensa. Ambos, sin embargo, acuden al combate: Casanova lo hace con la bandera de Santa Eulalia y aquel bando nítido, inequívoco, en el que invoca la libertad de toda España. Casanova es herido. Retirado del combate, sus amigos lo esconden y se las arreglan para que se le dé por muerto, para evitar represalias. Barcelona cae. Felipe V, vengativo –innecesariamente vengativo-, suprime los fueros catalanes. Fin de la historia.
¿Qué pasó con los protagonistas del drama? Villarroel, preso en ese combate que libró por honor y contra su voluntad, conoció el cautiverio durante largos años. Casanova tuvo mejor suerte: pocos años después, cuando todo se hubo olvidado, pudo reaparecer y hasta el final de sus días ejerció la abogacía sin que nadie le molestara. En cuanto a Barcelona, la misma corona que le había arrebatado los fueros le concedió enormes ventajas comerciales, de manera que la riqueza de la ciudad creció muy rápidamente. Por el camino, eso sí, Felipe V entregó muchas de las posesiones españolas. Y Luis XIV, su mentor, no tardó en pactar con sus enemigos austriacos. Triste historia, después de todo.
Rafael de Casanova, ese señor al que hoy honran como pionero de la nación catalana, nunca tuvo nada de tal. Tampoco fue nunca un héroe guerrero. Era un burgués de Barcelona que en un momento muy difícil fue puesto al frente de una ciudad. En ese puesto peleó por lo que él creía ser la verdadera España: la corona austriaca, con sus fueros y sus leyes tradicionales, como era costumbre en la nación española. Peleó en nombre de esa España y lo hizo con un valor y una determinación a los que no le obligaban ni su estatuto, ni su profesión ni su temperamento, pero sí lo que él creyó su deber. Por eso merece un puesto destacado en la Historia de España. Pero su puesto real, no el que le han fabricado los nacionalistas catalanes.
José Javier Esparza
La gesta española. Ed. Áltera